Crecer huele a nostalgia, a las fantasías que no se cumplieron, a los caminos que pisé, los acompañantes que ya no están y a las flores que guardo entre las hojas de los libros. Un aroma que inunda el presente, que mientras lo respiro una neblina de nubosas memorias inflama mis pulmones.
Si cierro los ojos estoy ahí otra vez contigo, las nubes empiezan a matizarse de colores pastel y revelan imágenes de escenarios de historias y castillos que ahora están abandonados. Me dejo llevar por la música y caigo en un sueño etéreo donde estoy contigo sintiendo el viento libre que juega con mi cabello. Voy ahí cada que te necesito, basta con pedir el deseo de soñarte.
Cuando despierto y abro los ojos las nubes de recuerdos se van disipando y bajo los dedos de los pies siento la tierra, estoy pisando el suelo de castillos, bosques, caminos y ciudades que voy reconociendo. Se parecen a las de mis sueños, ya he avanzado por aquí pero no escucho la música, ahora me estoy ahogando en una tormenta de silencio.
Toda esta escenografía descansa inerte, vacía y tan frágil que parece que si la tocas explota en el infinito como burbujas. Pero es real, real como el frío que siente mi carne en éste instante. Los colores los veo tan vívidos y sé que es real porque vibran en mi corazón, y aunque no recuerde detalles vibran como los sentimientos de aquellos días y como los sonidos de las las voces de los
amigos con los que caminé antes mientras contábamos historias.
amigos con los que caminé antes mientras contábamos historias.
Y es que parece que es lo único que nos queda por escuchar, las historias que nunca nos vamos a cansar de contar una y otra vez de cuando bailábamos en palacios y ahogábamos la ciudad con nuestros cantos.
El cielo y las estrellas también sueñan impacientes con volvernos a sentir.
Anette Flores (
@bebe_.bebe__), Noviembre 2020