Últimamente mi vida ha estado llena de cambios: mudanzas, hábitos nuevos (otros no tanto) y sobre todo pensar en las posibilidades de mi futuro.
Todos estos cambios (especialmente la mudanza), me han hecho reflexionar sobre las ‘eras’ por las que he pasado. Revisar cada una mis pertenencias se volvió una especie de meditación que me hizo entender la forma en la que, quien soy actualmente, está informada por la Cinthya de hace uno, cinco o diez años.
Podríamos hablar hoy de todas las cartas de amigas que he guardado a lo largo de mi vida, las flores secas en los libros, piedras que me he encontrado y fueron suficientemente especiales como para guardarlas en mi baúl de los recuerdos junto con recortes, postales y boletos de avión. Pero algo que me sorprendió mucho, en parte porque era algo obvio y yo no lo había hecho consciente, es la forma en que mis libros hablan y definen las eras por las que he pasado.
De niña biografías ilustradas de Marie Curie, Hellen Keller o Ana Frank acompañaban al Principito y Jardín Secreto en mis libreros. En mi pubertad y adolescencia descubrí a Sarah Dessen, Nicholas Sparks, John Green, Gayle Forman y Stephen Chbosky. A finales de la prepa leí las historias de Sloane Crosley y Elizabeth Crane: sus protagonistas llenas de realidad me hicieron sentir curiosidad por la mujer en la que me iba convirtiendo. Con ellas encontré un estilo que marcaría tanto al que yo aspiro al escribir, como los libros a los que gravito actualmente.
Durante la universidad, escritoras como Chimamanda Ngozi Adichie, Isabel Allende, Gioconda Belli y Simone de Beauvoir me enseñaron sobre la experiencia de ser mujer y los matices que vienen con ella. Ya no solamente era mi experiencia la que importaba, sino la de todas.
Ahora estoy rodeada de libros en donde la protagonista está en sus veintes o treintas, un poco perdida y descubriendo el mundo que la rodea. Los libros de Sally Rooney, Patti Smith, Lily King, Gioconda Belli y Angeles Mastreta (por mencionar algunos) han acompañado mis primeros años como “adulta” y me han dado tranquilidad en momentos en los que siento que el mundo se me viene encima y voy en cámara lenta comparada con los demás.
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Pienso en la nostalgia como una especie de línea del tiempo que va guardando en un ‘álbum’ nuestros recuerdos clave. Esos que siempre cargamos con nosotros y hacen que sintamos un nudo en la garganta al ver una película, piel de gallina al escuchar una canción o que nos riamos sin parar de una broma porque nos recuerda a algo o alguien especial.
Es ahí en donde entiendo que cada postal, flor, carta, fotografía o libro que decidí guardar conmigo seguirá informando mi camino y recordándome todas las formas en las que he cambiado y sobre todo aquellas en las que sigo siendo la misma persona.
