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Una mirada hacía adentro, poemas por Aryana Vega

Una mirada hacía adentro, poemas por Aryana Vega

Por Aryana Vega

Considero que como muchas personas, soy una paradoja andante, con heridas, sueños y contradicciones constantes. Pensaba que incluso con tantos enredos, me conocía a mí misma, pero me di cuenta que lo que más evitaba era sentarme y abrazar a quien verdaderamente soy, con todo y miedos, sueños, fallas, irracionalidades y luz.

Antes de la pandemia, el mundo giraba demasiado rápido; me jalaba en cientos de direcciones diferentes y como el viento me dejaba llevar a cada una de ellas. Hasta que pedazos de mi quedaban flotantes y dispersados en cada paso de la ciudad. Decía que si a todo, porque temía que al decir que no, me perdería de algo trascendental. De la vida, de no aprovechar nuestro tiempo efímero, de no
estar presente, no sé.


Ahora me doy cuenta, que en realidad me estaba perdiendo de mi misma. Al entregarme a espejismos exteriores, no volteaba a ver a mi interior, temiendo profundamente las heridas olvidadas que pudiera encontrar. Temblando al pensar en la oscuridad sin límites existiendo dentro de mí. Sabiendo que si veía más allá de mi reflejo, caería en un abismo interminable y temía no poder salir.
Al estar dentro de las mismas cuatro paredes blancas y sentarme a ver las estaciones pasar, no tuve más opción que conocerme. Dejar ir cualquier distracción externa y reconectar con cada aspecto de mí. Sentarme en el piso, juntar las piezas del rompecabezas de mi ser e intentar amar y aceptar cada
una de ellas.


Dentro de este proceso, caí en días largos y oscuros, luchando en reconocerme. Y en otras ocasiones, finalmente me podía ver a los ojos y sonreírle a la persona viéndome de vuelta. A pesar de ser un año difícil, ha sido uno de los tiempos más significativos para mí. De introspección, aprendizaje y rayos de sol dentro de la cueva vacía y automática que caminaba. He aprendido que no necesitamos mucho para ser plenos. Pensamos que necesitamos tanto cuando todo lo que necesitamos se encuentra dentro de cada rio en nuestro ser. Todo está aquí, justo aquí y ahora, solamente hace falta voltear a vernos.


Aprendí sobre mis anhelos, mis miedos enraizados y como bailar con ellos. Aprendí a enfrentar mis heridas, tan reales y palpables como el primer día, porque jamás les di el espacio para existir y sanar. Me lance a futuros inciertos y recibí sorpresas hermosas, sueños que dudaba que algún día se pudieran
cumplir pero se cumplieron de todas formas. Reflexione sobre quien soy en esta realidad y qué busco. Practique hábitos más sanos de auto cuidado y abrace a mi niña interior, susurrándole que todo estará bien, incluso cuando no lo está, especialmente cuando no lo está.


Y más que todo lo anterior, aprendí a estar presente. A disfrutar el primer sorbo de café cada mañana como si fuera el último, a despertar cada día agradeciendo el cantar de los pájaros y el movimiento divino de mi cuerpo. Aprendí a enamorarme de las ventanas y sus pasajeros, a ver el mundo exterior desde un cristal brillante. A crear un mundo interior tan vivo y colorido que podía sentarme con mí presente sin añorar (tanto) un pasado y futuro inexistente. Aprendí a ser, a valorar y respirar. Que si vamos a nuestro ritmo, podemos disfrutar.

 

Te dejamos una selección de poemas escritos por Aryana durante la pandemia: 

Soy una mujer de polvo y huesos, desvaneciendo poco a poco hasta dejar de reconocer mi propio reflejo en el espejo. Mi sombra me observa consumida, exhausta, analizando al simple recuerdo fantasmal de lo que alguna vez fui. En esta ocasión, no me encuentro tan segura de volver a mí, posiblemente la decisión más sensata es dejarme ir.

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Contrario a mis firmes creencias: existe un hecho inevitable: brotare. Lentamente, al principio, tímidamente, temblorosamente. Sin total seguridad de quien seré ahora. Pero ansiosa por descubrirlo, por nacer y renacer, una y otra vez. Afine a la eternidad de mi ser y la precisa constancia de nuestro infalible crecimiento.

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Anhelo flotar en la penumbra del tiempo y espacio. Permitirme ser nada, exorcizando mi deseo inalcanzable de ser todo.

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Con mis caricias
Sano cada herida
En el vasto océano
De mi piel.

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Mis cimientos se están derrumbando y ya no siento temor sobre el caos que quedara a mis pies.

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El pasado me abraza con su belleza y en cuanto a mis fantasmas – deje de permitir que habitaran en mí.

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Hay magia
Incluso aquí
En la monotonía
Si tan solo la quisiéramos ver

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Acompañada de la soledad, me siento más real y tangible que con cualquier presencia externa.

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Solía temerle
A mi propia intensidad

Ahora la busco
Le abro la puerta
Le digo “ven, te dejo pasar.”

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En la intimidad de la soledad
Iba y venia, en ocasiones de tregua
En otras de harmónica añoranza

Hacia el canto que rompía el silencio
Como el viento que besa tus mejillas
Y eres incapaz de notar su gentil tacto
Hasta que solo queda una huella

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Me encantaría reencarnar en una brizna de hierba en la cima de las montañas que nos rodean, observando los procesos de la vida y la muerte caer y bajar sobre mí. ¡Que fascinante seria transformarme en una gota de arena, solitaria frente al mar! Admirar nuestra existencia en cada nacer del sol. Ver a parejas enamorándose lentamente, emergiendo con sus miradas. O la familia extasiada de 3 que viajo en autobús innumerables horas para sentarse a mi lado por primera vez. Sentir el cangrejo carmesí acariciando con su paso efímero y el viento haciéndome cosquillas. Estar tan cerca de cada pasajero. Hasta llorar de tanta belleza. Observar sin ser observada y estar consciente de mi preciosa, divina, fugaz pequeñez.

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Más que amada, anhelo ser comprendida. Aunque entiendo que mi mente soñadora exige algo sumamente imposible. Porque para ser comprendidos debemos ser conocidos, no me refiero a multitudes sino realmente reconocidos. ¿Y cómo podría alguien reconocernos si solamente ve en nosotros un espejo de lo que esa persona es? Un reflejo fantasmal de lo que desean ver. Además, siempre estamos descubriendo rincones nuevos en nuestro ser. Es la precisa magia de estar vivos, es el poder de echarnos un clavado a nuestro rio interior (a veces turbulento y a veces en calma) de lo que somos, constantemente saliendo con algo más. Es la belleza de aprender, de ser multidimensionales más que duales. Somos espejos y entre mayor tiempo nos contemplamos, más podremos ser percibidos y apreciados por la mirada más valiosa en este camino: la nuestra.

 

Sigue el trabajo de Aryana en su cuenta @serdelmar_ 

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